A 12 días del paso del Huracán IOTA por nuestras islas no dejo de tararear dos canciones en mi mente. La primera, es una canción del cantante afroamericano R-Kelly que dice: “The storm is over, I can see the sunshine” y otra, admito, -para mí la más hermosa por ser en creole-que dice: “We will rise again” del cantante raizal Rudolph Gordon. Ambas letras se ajustan apropiadamente con lo vivido. Me han servido para hallar estímulos, resistir y continuar apoyando a nuestros paisanos, desde diferentes formas, espacios o plataformas.
La noche del huracán IOTA fue la más larga de nuestras vidas. Desde las tres de la mañana hasta más allá de las cuatro de la tarde del 16 de noviembre, vivimos momentos de angustia y desesperación entre el rugir del viento y las intensas lluvias, rogando porque este duro trance acabara. Mi madre y yo estábamos en San Andrés, sin embargo, nuestros pensamientos y oraciones estaban con nuestra familia y amigos de Bailey y Punta Rocosa en Old Providence. Jamás imaginamos que el impacto sería de las proporciones hoy conocidas, nunca pensamos que lo perderían todo, que lo perderíamos todo: la casa de la abuela, aquella que visitaba durante la niñez, desapareció dejando solamente los pilotes sobre los que se encontraba puesta.
Ver las imágenes de destrucción y devastación nos llevaron inmediatamente a la tristeza, fuimos presos de la impotencia e impaciencia. Con los ojos inundados de lágrimas que no paraban de correr, esperábamos tener buenas nuevas sobre nuestros seres queridos. En San Andrés, además de lidiar con la zozobra teníamos que reparar los daños dejados por el huracán y pronto estar listos para apoyar y atender a los nuestros.
Rápidamente, la fuerza y organización comunitarias de los providencianos radicados en San Andrés tomaron el liderazgo y se convirtieron en los motores autogestionarios de la crisis desde sus diferentes posibilidades y capacidades. De 14 embarcaciones con solicitud de zarpe se sumaron 8 más dispuestas a todo, dispuestas a ayudar con o sin permiso de la capitanía de puerto.
Aquí las diferencias culturales y los particularismos pasaron a un segundo plano, pues, sanandresanos y providencianos trabajamos conjuntamente por un bien común. Esto en contraste con un Estado desarticulado en sus niveles de actuación, lento en la reacción y en la coordinación eficiente de ayudas para el municipio.
Con el concurso de numerosas redes familiares y de amigos, comenzaron a formarse grupos de apoyo para ir a socorrer a la isla. Las estrategias fueron variadas y complementarias. Desde voluntarios a bordo de botes y lanchas, pasando por grupos de Whatsapp y Facebook para averiguar por la situación de familiares hasta la creación de grupos de apoyo y de improvisados puntos de acopio para reunir donaciones de alimentos, ropas y medicamentos, asimismo, las posadas nativas y algunos alojamientos turísticos acondicionaron sus espacios para dar albergue a los providencianos en San Andrés. Toda esta labor maratónica se realizó en cuestión de días. Inconvenientes muchos, pero estos no fueron suficientes para extinguir el deseo de ayudar.
Algunos auxilios, gestores y organizaciones han sido muy notables, mientras que otras sin afán de protagonismo han preferido la informalidad y el poder de la voz a voz. Cada uno a su manera han aportado su cuota para el manejo de esta crisis que, a todas luces comprobó que el poder comunitario y de la sociedad civil es superior a cualquier gobierno.
Con cada testimonio difundido por las redes sociales arañamos la felicidad de tener noticias de nuestros hermanos y familiares de los que no sabíamos hace algún tiempo. Fue conmovedor ver sus videos, escuchar sus voces, leer sus mensajes y, al mismo tiempo, recibir el apoyo de aquellos amigos y manos solidarias de la Colombia “continental” y de la diáspora quienes, a través de llamadas telefónicas, voces de aliento y donaciones no han dejado de expresar su afecto diciendo: no están solos.
Sin embargo, ante la avalancha de gestos de empatía y solidaridad preocupa que estas reacciones solo sean cuestión del calor y la efervescencia de “querer ayudar” en esta coyuntura. No deja de suscitar inquietudes y cuestionamientos la gestión gubernamental de esta crisis y el manejo de las ayudas una vez llegan a su destino, pues muchos de nuestros paisanos no han logrado obtener acceso a los envíos que, con tanto esfuerzo se han acopiado, durante los últimos días.
Desde la emergencia, las autoridades y delegados del gobierno nacional han centralizado celosamente el acopio de las ayudas en un punto de la isla; priorizando la limpieza de vías, la reconexión eléctrica y de comunicaciones por encima del suministro de alimentos y protección de los damnificados en sus viviendas. Las carpas anunciadas con tonos de superioridad y rimbombancia desde Presidencia- se quedan cortas ante los fuertes ventarrones y lluvias que, de un solo “tanganazo” las tumban sin misericordia alguna.
A pesar de los tiempos difíciles, los providencianos han logrado elevar sus voces de inconformidad tanto con la gestión de las ayudas como con la reconstrucción de Old Providence, basada en la solución de unas “viviendas prefabricadas” de 58m2, aproximadamente. Propuesta que por muy loable que sea su intención, desconoce el derecho de los raizales de Old Providence a participar y decidir sobre asuntos vitales inherentes a su devenir y destino (en los términos que contempla en Convenio 169 de la OIT o Ley 21).
La arquitectura vernácula de estas islas caribeñas además de ser un arte y una tecnología de larga tradición es envolvente, simbólica y participativa porque promueve un circuito cooperativo de relaciones sociales e interacciones que contribuyen al fortalecimiento de lo colectivo.
Adicional a la cruda realidad de pérdida se suman señales de una crisis social y sanitaria de gran magnitud, si no se toman acciones resolutivas en cuanto al manejo de los residuos sólidos, el entierro de animales y limpieza de agentes contaminantes del subsuelo y los acuíferos.
La ganancia común de todo esto es haber logrado una vez más, la atención nacional sobre el desastre y sobre una tragedia que tal vez pudo tener un desenlace distinto. Los esfuerzos colectivos pueden ser organizados aun cuando se enfrentan situaciones dramáticas como las emanadas del desastre. Pero entristece que, en menos de una década la acumulación de violencias estructurales (desigualdad social, pobreza, centralismo, colonialismo, racismo) y de tragedias como la pérdida del mar por el fallo de la Haya en 2012 y los impactos del Huracán IOTA sean la reafirmación de una desidia y desatención estatal que no ha podido interpretar los clamores de autonomía y soberanía popular que aquí residen…
Por eso digo: “The storm is not over but we will rise again”
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